Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: aumentaron en forma insoportable, mezclados con otros sonidos innominables y espantosos. Evidentemente el hombre había sido atrapado, y Kane, sintiendo un hormigueo en su carne, pudo observar un horrible demonio de las tinieblas agazapado sobre la espalda de su víctima, agazapado y furioso. Entonces se oyó claramente el ruido de una terrible y corta lucha a través del abismal silencio del marjal y los pasos recomenzaron, ahora torpes e irregulares. Los alaridos continuaban, pero con un gorgoteo entrecortado. Un sudor frío cubrió la frente y el cuerpo de Kane. Esto era una acumulación de horror sobre horror de una manera intolerable. ¡Dios, un momento de claridad! El espantoso drama se estaba desarrollando a muy corta distancia de él, a juzgar por la facilidad con que le llegaban los sonidos. Pero esa infernal penumbra velaba todo con sombras cambiantes, de modo que los páramos parecían una bruma de espejismos borrosos, y los árboles y arbustos achaparrados parecían gigantes. Kane gritó, haciendo lo posible por aumentar la velocidad de su marcha. Los gritos del desconocido se convirtieron en un espantoso chillido agudo; hubo nuevamente ruido de lucha, y entonces de las sombras de las altas hierbas una cosa emergió tambaleándose —una cosa que alguna vez había sido un hombre— una cosa espantosa, cubierta de sangre, que cayó a los pies de Kane, se retorció, se arrastró y levantó su terrible rostro a la luna naciente, farfulló, gimió, y cayó nuevamente, y murió ahogado en su propia sangre. La luna estaba alta ahora, y la luz era mejor. Kane se inclinó sobre el cuerpo, que yacía rígido en su mutilación, y se estremeció, cosa extraña en él, que había visto los procedimientos de la Inquisición española y de los cazadores de brujas. Algún caminante, supuso. Entonces, como una mano de hielo sobre su espina dorsal: se dio cuenta de que no estaba solo. Alzó la vista, penetrando con sus fríos ojos las sombras de las cuales había salido tambaleando el muerto. No vio nada, pero supo — sintió— que otros ojos le devolvían la mirada, unos ojos terribles que no eran de este mundo. Se enderezó y sacó una pistola, esperando. La luz de la luna se extendió como un lago de pálida sangre sobre el páramo, y los árboles y las hierbas adquirieron su tamaño propio. Las sombras se disiparon, y Kane ¡vio! Al principio creyó que era solo una sombra de bruma, un fuego fatuo de la niebla del páramo que ondulaba en las altas hierbas, delante de él. Miró fijamente. Otro espejismo, pensó. Entonces la cosa empezó a tomar forma, vaga y confusa. Dos horribles ojos brillaban en ella, ojos que contenían todo el horror que es la herencia del hombre desde las terribles épocas primordiales, ojos horribles e insanos, con una insanidad que trascendía la insanidad terrenal. La forma de la cosa era brumosa y vaga, una espeluznante imitación de la forma humana, semejante a ella, pero horriblemente distinta. A través de ella se distinguían claramente la hierba y los matorrales situados más allá. Kane sintió el fuerte latido de la sangre en sus sienes, a pesar de estar frío como el hielo. Cómo un ser tan inestable como ese que ondulaba ante él podía dañar físicamente a un hombre era algo que no llegaba a comprender, aunque el sangriento horror que yacía a sus pies pudiera dar mudo testimonio de que el demonio podía actuar con un terrible efecto material. De una cosa estaba seguro Kane: no sería cazado a través de los sombríos páramos, ni gritaría y huiría para ser derribado una y otra vez. Si tenía que morir, moriría donde estaba, recibiendo los golpes de frente. En ese momento se abrió una indefinida y espantosa boca y estalló nuevamente la risa demoníaca, estremeciendo el alma por su proximidad. Y en medio de esa amenaza de muerte, Kane apuntó cautelosamente su larga pistola e hizo fuego. Un furioso aullido de rabia y de burla respondió al estampido, y la cosa lo atacó como una sábana de humo flotante, con largos e indefinidos brazos extendidos para derribarlo.